Cuando el Monumental era una olla a presión y el Millo no podía quebrar el cero ante Gimnasia de Jujuy, el delantero franco argentino clavó, de cabeza, el 1 a 0, tras un centro del Chori Domínguez, y los de Núñez quedaron a un punto de Instituto en la tabla de Nacional B.
Cuando la pelota era una bola de fuego, cuando el murmullo del público reflejaba la impaciencia por un triunfo que parecía escurrirse, cuando la niebla convertía al Monumental en un escenario dominado por fantasmas, cuando las ideas escaseaban y las piernas pesaban más de la cuenta, cuando River no encontraba los caminos para romper la barricada defensiva que imponía Gimnasia, de Jujuy, apareció David Trezeguet, el futbolista más desequilibrante de la primera B Nacional, para desatar el nudo, terminar con el sufrimiento, sellar el ajustado pero merecido éxito por 1-0, y armar una fiesta.
Las presiones enredan, atan a River, que saltó a la cancha conociendo que no existía espacio para titubear. El empate del líder Instituto exigía una victoria para recortar la distancia con el puntero; también para sostenerse en los puestos de ascenso directo, de los que nunca se apartó desde que empezó a desandar el espinoso camino para llevar adelante el operativo retorno. Y pareció entender que con temple y sin arrebatos podía desarticular a un rival limitado para lastimar, aunque inteligente para cumplir a la perfección la estrategia defensiva diseñada por el técnico Mario Gómez. La entereza riverplatense duró un suspiro, porque la ausencia de un conductor genuino -el DT Almeyda reemplazó de la formación a Chori Domínguez por Luciano Vella- empujó a los millonarios a recurrir al vértigo descontrolado del uruguayo Carlos Sánchez y al traslado perezoso del venezolano César González para provocar riesgo.
Sin juego asociado, la pelota parada asomó como la herramienta más productiva para llevar peligro sobre el arco rival: la pegada del Maestrico González buscando la cabeza de Juan Manuel Díaz fue una conexión que demostró estar ensayada, aunque el arquero Cavallotti se interpuso al festejo con un par de destacadas atajadas. Cavenaghi tuvo su oportunidad, pero el artillero elevó el remate, después de una asistencia de Ponzio.
Sin juego asociado, la pelota parada asomó como la herramienta más productiva para llevar peligro sobre el arco rival: la pegada del Maestrico González buscando la cabeza de Juan Manuel Díaz fue una conexión que demostró estar ensayada, aunque el arquero Cavallotti se interpuso al festejo con un par de destacadas atajadas. Cavenaghi tuvo su oportunidad, pero el artillero elevó el remate, después de una asistencia de Ponzio.
Si la impotencia aumentaba, la lesión de Cavenaghi, que sufrió una contractura en el muslo derecho en la primera acción del segundo tiempo, encendió un poco más las alarmas. La baja del artillero le dio pista a Domínguez, que se posicionó para cumplir la función que mejor le sienta: delantero por las bandas. Con los ingresos de Ocampos y Rogelio Funes Mori, River se despojó del 4-4-2 con el que empezó el partido, y con las modificaciones el técnico refrendó que el desborde y el centro serían la fórmula para atesorar los tres valiosos puntos.
Refugiado en su campo, apoyado en la combatividad de Ramasco y soñando con las cualidades de Delorte para aprovechar el juego aéreo, el Lobo jujeño se aferraba a la ilusión. Pero el desarrollo les dio la razón a los argumentos pensados por Almeyda. Claro, en Trezeguet, y aunque el goleador había participado casi nada del partido, River tenía la carta ganadora. Siempre en el área, donde se mueve con sigilo y astucia, el nuevo ídolo esperó con la paciencia que no tuvo ninguno de sus compañeros la oportunidad. Domínguez desbordó y él, con simpleza y sacando tajada de un error de cálculo del arquero, colocó el cabezazo para el triunfo.
Con angustia, River superó otra barrera. Le quedan seis finales para cumplir el objetivo.
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